| El nombre de la isla, Lanzarote, procede, según todos los más prudentes autores, de un antropónimo, de Lancilotto (o Lancelotto o Lancelot) Malocello (o Malucello o Malosiel), traficante genovés que habría llegado a la isla entre 1320 y 1340 (otros creen que entre 1312 y 1332) con propósitos comerciales; que permaneció en la isla unos 20 años, que levantó una torre de piedra que aún subsistía en los años de la conquista bethencouriana (Cabrera Pérez et alii 1999: 291-295) y que finalmente sería expulsado o muerto por los aborígenes . De ello se hacen cuenta los capellanes autores de Le canarien, quienes al llegar a la isla en 1402 se encontraron «un viejo castillo que, según dicen, había hecho Lancelot Maloisel, cuando conquistó el país» (2003: texto G, 57). Las aventuras del genovés serían difundidas entre los navegantes que por aquellos años arribaban a las islas, y así empezaron a llamar a Titerroygatra, o como se dijera en lengua guanche, «la isla de Lanzeloto». Eso explica, por ejemplo, que en el mapa de Angelino Dulcert (de 1339), uno de los primeros portulanos en que se dibujan las Islas Canarias en su posición geográfica más o menos real, la de Lanzarote lleve el nombre del genovés: insula de Lanzarotus Marocolus (sic). Y ese fue el nombre que, con múltiples variantes, se impuso en toda la cartografía posterior: Lancelot, Lancelotto, Lancilotto, Lançarote, hasta el Lanzarote inequívoco actual (pronunciado por los isleños, eso sí, /lansaróte/, y de ello dejan constancia varios autores que arribaron a la isla en muy distintos tiempos y escribieron sus nombres principales: Lançarote es como aparece en las cartografías de Íñigo de Briçuela/Cosala y de P.A. del Castillo, por ejemplo). Y sin embargo, otras varias etimologías disparatadas se le han asignado al nombre actual de la isla, asociadas a su conquista franconormanda. La primera de ellas se debe al gran humanista Antonio de Nebrija, quien se ocupó de no pocas cuestiones relacionadas con las Canarias en su famosa obra Décadas. Pues en un pasaje del cap. II explica que el nombre de Lanzarote procede de Lanza-rota por habérsele roto la lanza a Jean de Bethencourt en el momento de saltar a tierra para su conquista. Y así se repite en autores como Torriani, Abréu..., hasta Viera. Y son estos mismos historiadores quienes consideran otra etimología no menos disparatada, la de que Lanzarote deriva de la expresión lance l'eau, que significa 'echa el agua', y que sería la gozosa expresión que los franceses dijeron cuando avistaron sus tierras. Finalmente, una tercera explicación se ha querido dar, tan absurda como las dos anteriores, pero ésta moderna, y venida de alguien que era filólogo de profesión, lo que agrava más aún el disparate: dice Sebastián Sosa Barroso (2001: 17) que el nombre de Lanzarote no deriva ni del Lancellotto genovés ni de la Lanza-rota de Nebrija, sino de Isla Cerote > La cerote, siendo el cerote el jugo de la tabaiba. Tal cúmulo de entuertos encadenados no merita ni que se deshagan, sólo contarlos como cosa ingeniosa e ignorarlos. ¿Pero cuál fue el nombre que la isla tenía en la época guanche? Si hemos de hacer caso a Le canarien, que es el primer texto que se detiene por extenso en ella, los aborígenes la llamaban en su lengua Tyterogaka (texto G, 142) o Tytheroygatra (texto B, 348). La explicación que se ha querido dar a esas dos formas por parte de quienes se han ocupado de traducir la lengua guanche son tan dispares como disparatadas, a base de descomponer la palabras en cuantos elementos o formantes convenía para sus caprichosas hipótesis. Como Gómez Escudero dice que a Lanzarote la llamaban Tite, Marín y Cubas asentó que tite era el nombre de una tribu africana entre Mazagán y Mármora, en el cabo de Cantín (1993: 251), lo que explicaría el origen de los de Lanzarote; Viera y Clavijo descompuso el nombre en tres segmentos: Tite-roy-gatra (1982: I, 67), sin ofrecer nunca su significado; Marcy le propuso un origen del tuareg tatergaget con el significado de 'la que está quemada' o 'la ardiente', lo que visto desde hoy parece muy convincente, pero no en la época en que fue habitada por los «majos», en que faltaban 18 siglos para que surgieran las montañas «del fuego»; Vycichl cree que la voz Lanzarote es una españolización de la voz aborigen (procedente del bereber) anzar, que significa 'lluvia', nombre que sería no sólo inmotivado sino totalmente contrario a la condición de la isla; Wölfel lo pone en relación con la expresión beréber atte regga, que significa 'hombre, buen corredor', en nada aplicable a Lanzarote; y Álvarez Delgado propone descomponer el vocablo en ti-terog-akaet, que significaría 'montaña colorada', en referencia expresa al topónimo actual de Las Coloradas, lugar en que desembarcaron los normandos y que llamaron Rubicón. El caso es que de aquel extraño nombre guanche nada queda en la toponimia de Lanzarote. Bueno, sí: a un barrio de Arrecife llamado desde el comienzo Santa Coloma se le ha puesto modernamente el nombre de Titerroy, en recuerdo del supuesto nombre primitivo de la isla; pero eso es un neologismo nada tradicional.
Otro nombre guanche se ha asignado a Lanzarote, el de Toicusa o Torcusa, que según parece era el que le daban los «majos» de Fuerteventura. Pero este supuesto nombre no tiene fuente fiable: Berthelot, como tantas otras veces, lo atribuye erróneamente en esta ocasión a Abréu Galindo. Wölfel cree que se trata una mala lectura de Teguise, y sin embargo, Marcy lo traduce como 'la ardiente, la que está caliente', lo mismo que había traducido antes Titeroygatra. ¿Y cómo se llamó a Lanzarote en la época romana y en latín? Aquí la confusión es tanta o mayor que en lo anterior. Torriani cree que debe corresponder con la Planaria de Plinio, por la falta de alturas que tiene, o con la Pluvialia, por la ausencia de otras aguas que las de lluvia, mientras que Abréu Galindo cree que Lanzarote y Fuerteventura eran en la antigüedad una sola y que se llamaba Capraria, no porque en ellas hubiera cabras, sino porque significando la voz caprea 'lince', estas dos islas unidas tenían mucha largura, tanta como la vista de los linces . También se le ha asociado a Lanzarote y sus islotes, junto a Fuerteventura, con el nombre de Purpurarias, por el tinte de color púrpura que de ellas se extraía. Otras denominaciones tiene en la actualidad Lanzarote, vinculadas sobre todo a la promoción turística de la isla en el exterior, tales como Isla de los Volcanes, Isla del Fuego o Isla Mítica, tres nombres que bien se ajustan a su geografía y a su historia.
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