| Montaña Clara está situada al norte de La Graciosa, quedando separadas ambas por un canal de menos de 2 km. de ancho y de menos de 20 m. de profundidad, denominado Río de Montaña Clara. Tiene 1'12 km² y una altura máxima de 256 m. en La Caldera, siendo sus paredes sumamente acantiladas.
El nombre de este islote sí ha tenido variación al cabo de la historia. Todas las referencias antiguas a esta isla, ya sean cartográficas o de textos históricos, hasta el siglo XVIII, se hacen con el nombre de Santa Clara, así los textos en las historias de Torriani, de Abréu y de P.A. del Castillo, y de las cartografías de Valentim Fernandes (1506), de Íñigo de Briçuela y Próspero Casola (1635) y de P.A. del Castillo (1689). Es a partir de la cartografía de Riviere y de la Historia de Viera en que se normaliza su nombre como Montaña Clara. Con más precisión: es Viera y Clavijo quien atestigua el intermedio de las dos denominaciones, pues dice que se llama de las dos maneras: Montaña Clara o Santa Clara (1982a: I, 52). Todavía a fines del siglo XIX, Olivia Stone, en el relato de su viaje a Lanzarote, cita a la isla como «Santa (o Montaña) Clara» (1995: 313), seguramente por utilizar dos fuentes distintas de información: una cartografía antigua, que la nombraría «Santa», y la tradición oral, «Montaña».
Nos podemos preguntar: ¿cuándo y por qué cambió de nombre? Y antes, ¿en efecto cambió de nombre o el primero de ellos, el de Santa, no fue sino una noticia espuria que, por mala lectura, se transmitió en la escritura? En la escritura decimos, y no en la oralidad, pues es difícil de explicar (y, desde luego, va en contra de las «leyes» de la toponomástica) ese cambio de denominación en un territorio meramente referencial, al margen de toda utilización antrópica, al menos en aquellos tiempos. Puede que el nombre de Santa Clara se lo dieran los primeros viajeros europeos (posiblemente italianos) que se acercaron a sus costas en el siglo XIV, bien por advocación a la santa italiana, compañera de San Francisco, fundadora de las clarisas, y cuya popularidad estaba por entonces en el cenit, al haber sido canonizada poco antes, bien porque así se llamara el barco en que viajaban. Y que el cambio de nombre que sufrió se debiera a una motivación geográfica. Desde luego, el nombre de Montaña Clara se ajusta bien a lo que los ojos ven cuando miran aquel islote, que no es sino un puro volcán de 256 m. de altura, eso sí, del color amarillento y claro de sus tobas. Precisamente ese aspecto visual es el que debió estar en el origen de su denominación, que Torriani y Abréu ponen en labios de la expedición de Bethencourt (y que nosotros no encontramos en Le canarien). De nuevo Torriani vuelve a citar unos versos de Torcuato Tasso, esta vez de la Jerusalén liberada, para ilustrar esta visión de la Montaña Clara (1978: 33).
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